No es nada raro preguntar a los poetas por la naturaleza, ausente, incipiente o madura, de nuestra constitución nacional. Ellos, muy frecuentemente, no lo saben, no lo racionalizan, pero lo sienten y lo transmiten mejor que nadie. Por eso acepté la invitación de Gonzalo Espino, poeta y profesor sanmarquino, a participar en el evento "Más allá de los Márgenes y los silenciamientos" en homenaje al poeta Efraín Miranda. Leí diligentemente los 99 poemas que conforman su poemario CHOZA publicado en 1978, hace ya 30 años.
Desconozco los detalles de la biografía de este apreciado y celebrado poeta. Solamente sé que es puneño, nació en 1925 y que por lo tanto pertenece a esa importante generación peruana de los años 50. Vino a Lima en 1955, a publicar su poemario Muerte Cercana y conoció a Sebastián Salazar Bondy, quien apreció y saludó su poesía, pero pronto regresó a su terruño. En 1971, como revelando su fina naturaleza, sustentó –en la Escuela Nacional María Auxiliadora de Puno– una tesis llamada "Enseñanza de la poesía en la zona rural", cuando ya era maestro de primaria en Jacha-Huinchoca, donde finalmente pasó treinta años de su vida. Ahora, me dicen, a los 83 años, vive su austero y modesto retiro en la ciudad de Arequipa.
Ilave, donde se ubica Jacha-Huinchoca, es una zona aymara que ha sido intensamente estudiada desde la experiencia jesuita en Juli colonial. En 1968 el antropólogo Harry Tschopik decía al describir Chucuito, ahora capital de provincia a la que pertenece Ilave: "Después de tres siglos de dominación española, y de una rica y variada historia republicana, Chucuito es, una vez más, un pueblo de indígenas". Indígena, dicho por un antropólogo, tiene una connotación muy propia y rotunda: significa que siguen siendo culturalmente aymaras.
Efraín Miranda, que al parecer viene de fuera, de la ciudad grande, pero que construye su "choza" en Jacha-Huinchoca, vuelve a repetir lo mismo 10 años después. Más aún asume la condición indígena, pero confiesa que habla de una vida ajena: "Y he usado la idea de existencia como mía/¡siendo en verdad que era vuestra la existencia!". En tanto poeta de sus huéspedes vence la alteridad, se pasa al otro lado para sentir la madretierra, el sol, el paisaje, las plantas y los animales en esa inconfundible sensibilidad aymara.
Miranda tiene una idea muy clara del Estado peruano, de su presencia en Ilave. Sabe que no hay acuerdo, contrato con el Estado, lo percibe en su descarnada y violenta dimensión. Expresa una hosca y profunda lejanía de lo occidental e identifica al Estado con ese mundo que viene de fuera. Se pregunta: "¿Qué presidente es el iluminado?/ Ninguno ha nacido en nuestras chozas, /ni uno tiene el volumen de media gota de nuestra sangre, /¡nadie, el cerebro y el pulso de nuestros incas!". En el poema LÑ, uno de los últimos, habla que muchos vienen de fuera, muchos, profesionales o representantes del Estado, incluso antropólogos, "…nos analizan desde distancias/ temen pasar los barrotes de su cultura a la nuestra /¡temen morir!/". Para terminar diciendo "Solamente nosotros nos entendemos;/¡nosotros, solos, en nuestro confinamiento!".
Es aún más desgarrador, cuando él mismo, Maestro rural, toma conciencia del papel corrosivo que juega en relación con su propia gente y lo confiesa al hablar por una de las niñas de la Escuela: "Soi una indiecita escolar. Me reconoces; /mi retrato está en folios de grandes libros; /retratada con polleras o con "uniforme"/ Lloro porque soi india y tengo una niña blanca que el Maestro ha creado dentro de mí; / El Maestro se olvida de mí, de todos los alumnos y dice que para los indios no se ha inventado nada". Luego declara que esa niña blanca vive solamente en la Escuela, cuando el Maestro le habla, "en cada diciembre muere y cada abril resucita. /Al concluir mis estudios se extinguirá /en la parcialidad". Para volver, como dice Tschopik, a su condición indígena, aymara.
Efraín Miranda al traducir tan literalmente lo que los otros sienten se convierte en un poeta indio. Expresa ese confinamiento, en esas enormes reservas indias sin cerco, por donde muchos pasan y pocos se quedan. El Estado aparece como ese animal astuto que viene de lejos, de Occidente, para llevarse lo que puede, pero no para dejar algo, ni siquiera educación, ni la ilusión de pertenecer a esa comunidad imaginaria que nunca aparece con su nombre propio, Perú. Parecería que los peruanos, como dice Benedict Anderson, no vivimos dentro de un tiempo homogéneo; más bien, muchos, más de los que imaginamos, vivimos en tiempos heterogéneos, y qué bueno que los poetas, como el Maestro Efraín Miranda, que no son políticos, y casi no son gente de este mundo, nos lo recuerden.